Quisiera dar inicio a este espacio con estas hermosas palabras del ya fallecido Papa Juan Pablo II, las cuales dirijió a los jóvenes en su visita a nuestro país, en el estadio nacional, hace ya mas de 20 años. Aunque ha pasado el tiempo, aun parecen resonar en nuestras mentes su mensaje, mas aun hoy, cuando la tarea de evangelizar a los jóvenes es cada vez mas desafiante.
No tengamos miedo, dice el Papa, pero no tengamos miedo de qué... de poner nuestra mirada en Cristo Jesús, de poner nuestra confianza sólo en ÉL, de poner nuestras vidas en las manos extendidas de nuestro Redentor. No tengamos miedo de entregarnos por completo a la inmensidad del amor de Dios para con nosotros, ni tampoco a extender nuestros propios brazos para compartir ese amor con aquellos que están junto a mi, con aquellos que aun no tienen la suerte de conocerlo, con aquellos que viven en la desesperanza. A no tener miedo de ser en medio de este mundo, de esta sociedad, un signo visible de la presencia viva y resucitada de Dios, a ser un signo palpable de la presencia del Reino de Dios en medio nuestro, un reino de justicia, hermandad, fraternidad, paz, solidaridad, caridad, simplemente un Reino de amor.
El que nos diga que esto es tarea fácil miente, porque requiere de nuestro esfuerzo de cada día, de nuestra fidelidad y perseverancia; de nuestro continuo proceso de conversión, de encontrar la fuerza en la profundidad de nuestra oración, de nuestro diálogo con Dios, de vigorizarnos diariamente con nuestro alimento espiritual en la Eucaristía, de abrir el corazón y la mente para que el Espíritu de Dios realmente actúe en uno y a través de uno, de buscar constantemente la voluntad de Dios en la escucha atenta de su Palabra, de abrir todos nuestros sentidos para descubrir los signos de estos nuevos tiempos y llevar ahí el mensaje de aquel que nos invita a estar junto a Él.
Estamos viviendo el hermoso tiempo Pascual, tiempo de alegría, de gozo y de nueva vida. Que nuestra alegría no sea otra que el sentirnos profundamente amados por Dios, que nuestro gozo no sea otro que servir por amor a nuestros hermanos y que esta nueva vida que nos da Cristo resucitado la sigamos renovando con la fuerza y dinamismo que nos traerá el don del Espíritu de Dios.